Hace una semana terminé de leer el último libro de Richar Dawkins, "Evolución: el mayor espectáculo sobre la tierra", disponible en librerías en todas partes (FNAC, Corte Inglés). En él, el autor trata de agrupar de forma sistemática todas las diferentes pruebas y evidencias acerca de la teoría de la evolución como reacción a los ataques de los creacionistas. Es un magnífico texto divulgativo, muy ameno de leer, que incluye las conclusiones principales del análisis del registro fósil, la medición del tiempo, la embriología, genética molecular, selección artificial, experimentos controlados de evolución de bacterias, etc. Se agradece el esfuerzo, pero se le nota demasiado la fijación que tiene el tipo con los creacionistas. Creo que magnifica su influencia real. Como Dawkins lidera además el activismo ateo antirreligioso en el Reino Unido, supongo que les tiene una especial aversión personal.
Ahora mismo estoy leyendo otro libro reciente suyo, "El espejismo de Dios", donde no solo reúne todos los argumentos en contra de la existencia de Dios, sino que trata de demostrar la influencia netamente perniciosa de la religión y la creencia en un ser sobrenatural a lo largo de la historia. Además, ofrece su propia versión del origen de nuestra creencia religiosa. Básicamente, consiste en que los humanos estamos programados genéticamente a creer y confiar ciegamente en la autoridad que representan nuestros padres por nuestro propio interés, ya que no podemos sobrevivir en el mundo sin la ayuda de los adultos durante los primeros años de vida. Como subproducto de esa tendencia innata desarrollada por la evolución, también nos creemos a pies juntillas lo que nos cuentan otros referentes de autoridad a los que estamos acostumbrados desde pequeños, en particular los sacerdotes.
No me quiero meter ahora a valorar los méritos de esa teoría en particular. Lo que sí me apetece hacer es comentar mi propia teoría sobre la existencia de Dios. Según los evolucionistas, no sólo no existen pruebas de un Dios creador o diseñador de la complejidad del mundo natural, ya se trate de un ser sobrenatural de tipo pasivo a uno activo de los que intervienen en los asuntos humanos, sino que todas las evidencias existentes apuntan a la evolución como fuerza creadora de la complejidad biológica y asimismo las leyes físicas no admiten excepciones ni necesitan un director de orquesta.
La tesis que voy a defender ahora esa la siguiente: si entendiéramos al Dios sobrenatural como el conjunto de fenómenos y procesos existentes, naturales o no, que escapan necesariamente a nuestra percepción y al alcance de nuestra inteligencia, la teoría de la evolución, lejos de apuntar a su inexistencia, lo que hace es precisamente lo contrario: si la teoría de la evolución es cierta (y a mí no me cabe ninguna duda de que lo es), una conclusión lógica de ésta es que Dios, en el sentido mencionado arriba, tiene que existir necesariamente.
Parece paradójico, ¿verdad? ¿Cómo pueden las evidencias a favor de la evolución probar la existencia de Dios? Tranquilos, que no me ha dado ninguna ventolera de cierzo últimamente… Me explico. Si la evolución por selección natural es la fuerza impulsora de la especiación y explica totalmente las características de los seres vivos, los atributos que cada especie desarrolla los debe a su utilidad como factor de supervivencia y/o ventaja reproductiva en competencia con las demás especies (y por los recursos con otros individuos de la misma especie). Muy bien. Nada hay gratuito o caprichoso en la naturaleza, pues cualquier cambio físico individual requiere energía y necesita una inversión que podría utilizarse en otras partes del cuerpo. Los cambios o mutaciones exitosas serán solamente aquellas con mayor valor de supervivencia y de capacidad reproductora. De esta forma, la longitud, forma y situación de nuestros brazos la explica la mayor utilidad que representan teniendo en cuenta su funcionalidad para dar respuesta a los desafíos que nuestra especie debía superar en relación a su entorno natural en el pasado. Son óptimos en términos de supervivencia y no desperdician recursos.
Pero ¿Qué ocurre con nuestra inteligencia, conciencia y capacidad mental? Si la evolución es cierta, no hemos recibido gratuitamente el don de percibir, clasificar, predecir y analizar la causa y el efecto mejor que cualquier otro animal de forma gratuita porque somos la “especie elegida”, como se decía antes. Simplemente somos la especie que más ha desarrollado las capacidades cognitivas en un órgano llamado cerebro. Sin embargo, ese conjunto de capacidades que sin duda constituye nuestra ventaja evolutiva característica en relación al resto de especies se encuentra necesariamente sesgado por la selección natural hacia la solución de los problemas concretos a que debíamos enfrentarnos en el pasado. Quiero decir que tenemos las capacidades cerebrales que justo necesitamos, ni más ni menos, para ser cazadores-recolectores eficientes en un entorno de sabana africana, especializados en el uso manual de instrumentos.
Esas mismas capacidades las hemos ido aplicando con el tiempo a resolver otros muchos problemas menos relacionados con nuestra supervivencia en la sabana, como la exploración espacial, por ejemplo. El hecho de que nuestra capacidad cognitiva se haya mostrado como un instrumento muy potente de gran aplicabilidad no quiere decir que no esté configurado para percibir y resolver un determinado tipo de problemas y no otro. La selección natural solo actúa sobre las capacidades con valor de supervivencia. Debemos pues, admitir, que nuestra conciencia y capacidades mentales responden a ciertas necesidades concretas y no se parecen a una linterna que podemos enfocar hacia donde queramos para conocer cualquier aspecto del mundo que nos rodea que no tenga un cierto valor de supervivencia. Admitir lo contrario significa creer que “alguien”, o “el azar” nos ha bendecido gratuitamente con una herramienta natural infinitamente más sofisticada que la que necesitamos para sobrevivir como especie especializada en el oportunismo y la estrategia social. O sea, que en el fondo sería como admitir la existencia de un Dios benefactor y generoso que nos ha dado más conciencia de la que necesitamos sin exigir nada a cambio, un “Prometeo de la evolución”.
Rechacemos pues la idea del Prometeo cuasidivino y admitamos que nuestra conciencia responde biológicamente a nuestras necesidades de predecir y deducir en un mundo físico que “parece” continuo (aunque no lo es en realidad). De esto concluimos que no hay ninguna razón para pensar que el mundo natural real sea en su totalidad “cognoscible”, o susceptible de ser percibido, analizado y estudiado por los parámetros y funciones de nuestro órgano estrella: el cerebro. Esta deducción aparentemente metafísica deja de serlo si creemos en la teoría de la evolución. Es verdad que afirmar que existen “cosas” que no podemos conocer o analizar no es una proposición falsable en el sentido de Popper y por tanto no constituye un enunciado científico: la única manera de demostrarlo sería conociendo todo y demostrando que no hay nada más allá de ello. Sin embargo, la teoría de la evolución y su determinismo funcional hace sin embargo de esa proposición no científica algo sin embargo muy probable.
La evolución y la evidencia de que nosotros también somos seres naturales sujetos a sus leyes nos obliga a ligar la “cognición” a la utilidad de la supervivencia, y resulta absurdo en estos términos pensar que podemos conocer algo de lo existente fuera del ámbito ligado a nuestra supervivencia. Del mismo modo que es muy poco probable que una hormiga sospeche de la existencia de los osos polares y de otros planetas en la galaxia, nosotros con toda probabilidad ignoramos mundos enteros de fenómenos que nos son desconocidos ya que o no podemos percibirlos por no haber desarrollado los órganos adecuados o si lo hacemos no podemos evaluar su funcionamiento. Nuestra mente está literalmente sesgada o programada por la selección natural para buscar determinados aspectos “funcionales” de la realidad, como las relaciones continuas, la separación entre causa y efecto, la predicción probabilística, la comparación espacial, la agrupación por semejanza basada en determinadas características, la búsqueda de la cooperación útil con otros, la aceptación de la autoridad, etc., pero ignoramos otros que sin embargo no soy capaz de enumerar por la simple razón de que no podemos ni imaginarlos.
Sencillamente no estamos dotados para ello. No poseemos los órganos necesarios para percibirlos o estudiarlos. El hecho de que no podamos enumerarlos ni imaginarlos no es lo mismo que decir que lo más probable es que no existan. De hecho, admitir la teoría de la evolución nos obliga a reconocer, lo queramos o no, que lo más probable es que existan. Si aplicamos el darwinismo a nuestra cognición (y no parece haber razón alguna para no hacerlo así) debemos concluir que “hay algo ahí afuera” incognoscible y a lo que jamás tendremos acceso mental, y no se trata de un producto de nuestra probada tendencia humana a la paranoia, sino de una conclusión objetiva de una probada teoría científica aplicada al cerebro humano. La única paradoja que ocurre es que este argumento metacognitivo es a la vez no refutable (y por tanto no científico en este sentido) y enormemente plausible (consecuencia lógica de la realidad de la evolución).
Ambas situaciones juntas se dan muy pocas veces (de hecho, ahora mismo no se me ocurre otro ejemplo, excepto quizá determinados aspectos del psicoanálisis freudiano), pero en el ámbito del análisis de la evolución de la conciencia está claro que ocurre como acabo de explicar. No veo por qué no podría ocurrir. ¿Quiere decir eso que debemos a la vez creer y no creer que el argumento es verdadero? Por supuesto que no. Quiere decir que quien admita la teoría de la evolución darwinista debe creerlo tan cierto como que los murciélagos desarrollaron alas para comer insectos en vuelo por el valor de supervivencia que les otorgó explotar ese nicho ecológico, aunque no pueda refutarse nunca, ya que es una consecuencia de la mecánica lógica de los supuestos en los que basa su análisis. Sin embargo, como se trata de una consecuencia del darwinismo no refutable, no puede servir potencialmente para desechar la teoría de la evolución.
Curiosamente, si admitimos la idea de Dios como ser sobrenatural fuera de lo cognoscible que definía al principio de este texto, la existencia de esta realidad (o “ser” si queréis) para un evolucionista debería ser indudable, pero paradójicamente no para alguien que no comulgue con la teoría de la evolución. Un no darwinista, religioso o ateo, no tendría razones para creer en la existencia de ese Dios incognoscible, pero sin embargo un convencido darwinista debería creer en su existencia (aunque probablemente también crea a la vez en la total irrelevancia práctica de la existencia ontológica de esa especie de Dios, pero ese es otro problema diferente..).
Bueno, confío en haberme hecho entender y que el rollo que he metido no haya sido demasiado confuso. A mí me parece muy seductora la idea de la existencia de ese Dios producto de la teoría de la evolución (aunque quizás no sometido al proceso de la evolución, como las leyes físicas, o… quizás si?).
jueves, 28 de enero de 2010
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ResponderEliminarEl problema que veo es la diferencia en los conceptos de los dos “dioses”.
ResponderEliminarPor un lado está el dios divino y racional, que crea y designa, que moldea y es punto de inicio de toda existencia, con todas los demás atributos que los diferentes creyentes le atribuyen, y por otro el dios como “entidad superior”.
Yo he intentado muchas veces intentar definir esta “entidad superior”, pero como bien dices realmente es difícil porque es todo aquello de lo cual no podemos hablar dado que no tenemos las características o las capacidades necesarias.
Creo que la única forma que tenemos de definir estas características sería como “las necesarias para poder comprender algo más allá de lo que comprendemos”.
Y si definimos ese “más allá de lo que comprendemos” como “lo que comprenderíamos al tener unas características diferentes”, entonces nos estamos mordiendo la cola en una tautología.
Al no saber si quiera si esas características o cualidades potenciales existen, o pueden llegar a existir, no podemos deducir nada, y sólo podemos hablar por hablar (que me encanta).
De hecho, (a ver si esta metáfora me sale bien), es como si pusiéramos a un hombre ciego quieto delante de una pared. Bueno, es posible que sintiera la pared de alguna manera, pero suponiendo que el único sentido que tuviéramos fuera la vista, ese hombre no tendría la capacidad de discernir sobre si existe una pared o no.
Y tanto la creencia de que dicha pared existe como la creencia de que hay un descampado lleno de árboles blancos en frente, son simples creencias.
No sé si lo que he dicho tiene algún sentido, pero dudo que se lo encontremos alguna vez a estas cuestiones (no a la evolución, claro).
Siempre es un placer leer éste tipo de artículos, seguiremos leyendo.
Hola Juan,
ResponderEliminarMuy interesante el post.
Estoy de acuerdo en que nuestra psique es una adaptación. Como tal no refleja fielmente la realidad y muchos aspectos de esta le están vedados. El misterio de los misterios pues no es el origen de las especies, sino lo que se encuentra más allá de nuestra percepción y nuestras capacidades computacionales.
Llamemos a eso Dios, Gran Misterio Místico, Nada Inescrutable, Materia o Energía Oscura importa poco. Lo desconocemos. Y con ello debemos vivir.
Un saludo.
Te juro que había escrito unos cuantos párrafos que llegaban a dos conclusiones, amparadas en "la teoría evolutiva del cerebro".
ResponderEliminar1 - Es tan posible que exista dios, como que exista un unicornio rosado invisible.
2 - La existencia de dios siempre surge como consecuencia de la ignorancia y no de la sabiduría. (O bien no sabemos explicar los hechos que le atribuimos, o bien no sabemos explicar porque no existe.)
Lo cierto es que se me borró el contenido, y no voy a escribir todo nuevamente. :)
Muy buena tu entrada.
El problema que veo yo en la comparación de Dios con el unicornio rosa invisible es esta:
ResponderEliminarSi bien las dos son, llamémoslos, elementos que no podemos ni verificar ni falsear, uno surge como respuesta a una pregunta natural, y otro no.
Si llamamos a dios como “lo que está más allá”, entonces dios surge como respuesta a la pregunta, ¿Y si hay algo más?.
Si llamamos a dios como el principio de todo, como el punto de inicio, entonces dios surge como respuesta a la pregunta, ¿Porqué existimos?
Ahora bien, no digo que sea la respuesta verdadera, nadie la tiene, pero son posibles respuestas. Y dado que creo que esas dos preguntas son connaturales al raciocinio humano (querer saber más, y buscar el sentido o principio de causa efecto a todo, como ha expuesto Juan), esas dos posibles respuestas tienen “razón de ser” en nuestra “filosofía colectiva”.
En cambio el unicornio rosa invisible surge como una simple metáfora que intenta apoyar el hecho de que puede existir realmente algo que no podremos ver, pero que es “absurdo” hablar de ello.
Donde si estoy de acuerdo es en el punto dos. Dios es ignorancia, que no quiere decir que sólo los ignorantes menten a Dios.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
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ResponderEliminarInteresting reasoning, as far as I could follow it. As an agnostic, what always astonished me was how Darwinism would contradict the existence of a "superior" being. Because, if any god wasn't dumb, he wouldn't make every species so different from each other as to prove creation by demonstrating "unrelatedness". Rather, like the car industry, he would create ever different "models" from the same set of implements, i.e. amino acids etc. So even if all life was demonstrably interrelated biochemically that proves nothing but that whoever did it, blind forces of nature or an intelligent being, were just economical in their approach. By the way, I have just added a Reference List to my economics blog with economic data series, history, bibliographies etc. for students & researchers.
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